sábado, 16 de junio de 2012

Una decisión equivocada

Se despertó de repente empapado en sudor frío y con el pulso acelerado. Podía notar como su corazón latía deprisa y con fuerza mientras las gotas de sudor le recorrían la frente y se deslizaban por su nariz y una  mejilla. Apartó las sábanas y se dirigió al cuarto de baño, donde tomó un poco de agua con las manos para llevarla hasta su cara. Repitió el proceso varias veces, hasta que lo consideró suficiente, cogió entonces la toalla y se secó la cara, que se reflejó en el espejo cuando bajó la toalla: tenía la misma expresión amarga y fatigada de las últimas semanas, bajo los ojos unas pronunciadas ojeras de tono amoratado. El espejo no reflejaba solo la expresión de su cara, su interior también estaba reflejado en aquel cristal. Él lo sabía. Huyendo del espejo salió del cuarto de baño, se dirigió al modesto salón del piso y encendió la televisión en un intento de mantener la mente ocupada. Se dejó caer pesadamente en el sillón sosteniendo el mando a distancia con la mano, pulsaba una y otra vez los botones mientras la pobre, y totalmente desprovista de interés y sentido, programación de las tres y media de la mañana pasaba brevemente ante sus ojos. Desistió, el vacío y la soledad que llenaban la vivienda le abrumaban, aunque, lenta y fríamente, ambas sensaciones estaban consiguiendo hacérsele habituales. En el mismo momento en que esos pensamientos le abordaron decidió salir a caminar.

Entró en la habitación, observó la amplia cama de matrimonio de la que hacía apenas cinco minutos se había levantado. Cerró los ojos y suspiró amargamente antes de girar la cabeza y encaminarse al armario a por algo de ropa. La puerta emitió un pequeño chirrido cuando la abrió, un rápido vistazo bastó para elegir unos vaqueros y una camiseta a rayas. La puerta volvió a chirriar al cerrarse, se vistió evitando mirar su reflejo, delante de él y, una vez estuvo vestido se dirigió al recibidor. Allí se calzó unas deportivas y sacó las llaves de la cerradura para llevarlas consigo. Alargó el brazo para coger su móvil pero cuando estaba a apenas un centímetro paró, su mirada fija, “No sonará” pensó con amarga tristeza, como no lo había hecho en todo este tiempo. Salió haciendo el menor ruido posible. Cerró la puerta tras de sí, sólo se oía el tintineo de las llaves y sus pasos mientras bajaba las escaleras notando como el aire se volvía más fresco mientras descendía por ellas hasta llegar al bajo, que tenía el clima agradable del exterior. El zumbido del interruptor para abrir la puerta del bloque de pisos resonó en toda la planta baja, por lo que lo pulsó brevemente. Abrió la pesada puerta del bloque y al salir a la calle la sostuvo con la espalda hasta que el cierre encajó, sonando así solo un leve “clic”.
 Comenzó a caminar rumbo al final de su calle para entrar en la avenida; la climatología era ideal, soplaba una brisa que brindaba una caricia que se agradecía de muy buen grado, pues los días eran calurosos hasta bien entrada la noche. Cruzó la esquina encarrilándose avenida arriba, una sombra más de tantas que cobraba aspecto humano bajo el ambarino reflejo de la luz de las farolas, impasibles espectadores callejeros. Su caminar era constante, exento de prisa, sin rumbo. Notó en su bolsillo un paquete de tabaco y un mechero, tomó entonces un cigarro y lo posó en sus labios, donde lo prendió con el encendedor. El sabor del cigarro le inundó el pecho. No le gustaba, pero sentía un efímero alivio mientras le duraba aquel pequeño cilindro. El cigarro le acompañó a lo largo de la avenida, desierta, apenas cruzaron un par de coches fugazmente, dejaba una estela de humo que no solo representaba la combustión del tabaco, le gustaba pensar que con el humo también viajaban los pensamientos y sentimientos que no se quieren, aquellos que al venir a nosotros se clavan y duelen, que abren las peores heridas que existen. Sabía de sobra que no era así, pero aquel momento de ficticio alivio le confortaba y estaba lejos de dañarle, al menos moralmente. Su pensamiento estaba ausente, su mente en blanco. Llegó al final de la avenida, tiró la colilla del cigarro y la pisó para apagarla del todo. Había dos rutas posibles, pero una de ellas llamaba su atención sin saber por qué, como si algo en su interior le llevase a tomar ese camino. Se dejó llevar por esa extraña e inexplicable indicación. El camino que había decidido tomar no era más que una pequeña zona empedrada, un paseo tras un bloque de pisos tras el cual solo había un par de zonas de hierbajos separadas la una de la otra por un tramo de carretera de un solo sentido. Reanudó la marcha. Cruzó la carretera que conectaba con otra que enlazaba con la avenida y encaminó sus pasos hacia el paseo empedrado pasando por el lateral del alto edificio. Anduvo por el empedrado algunos metros y descendió por una rampa de cemento que salía de uno de los lados del camino y desembocaba en un paso de peatones elevado; lo cruzó sin apenas mirar antes, todo estaba desierto, ni coches, ni personas, algo bastante extraño en una noche tan agradable, “es martes”, pensó, “la gente no suele trasnochar un martes”. Su boca esbozó una sonrisa amarga, “yo tampoco solía hacerlo”, acompañando a la sonrisa apareció una lágrima en sus ojos, y recuerdos en su mente. Aquello era insoportable, estos meses habían sido un infierno. 

Decidió sentarse en un bordillo y encender otro cigarro pero al apoyar los glúteos oyó crujir algo en el bolsillo trasero del vaquero; se levantó ligeramente y sacó de su bolsillo un bote de pastillas, antidepresivos, el médico aseguró que le ayudarían pero no le habían servido para nada, se arrastraba por la casa día a día, sin comer, apenas dormía… Ella lo era todo…todo y la había perdido, ni siquiera pudo decirle adiós, ni pedir perdón…Las lágrimas invadieron su rostro y al llevarse las manos a éste observó el bote de pastillas; un segundo, un minuto, una hora, un instante y una eternidad a la vez. Lo abrió y vació todo su contenido en su boca, con esfuerzo y algo de dolor los músculos consiguieron que pasara al interior de su organismo. Aguantó varias arcadas y empezó a sentirse débil…muy débil…sus ojos se cerraron y cayó de lado con todo su peso sobre el banco mientras su móvil sonaba con el aviso de mensajes en aquella mesilla:

“Tnemos q hablar, te echo mucho de mnos…”

viernes, 15 de junio de 2012

Ante todo un saludo a todo aquel que pase por este blog e invierta algo de su tiempo en leer las líneas que irán apareciendo, eso sí, de forma irregular, no mentiré haciendo creer a cualquiera que crearé entradas asiduamente, sé que no lo haré, por inspiración, tiempo, asuntos personales... Eso sí, intentaré que merezca la pena ( al menos a mi criterio ) todo aquello que publique, bien sea un relato corto, bien sean versos sin estructura o un párrafo que provocan los sentimientos. De nuevo gracias al que pase sus ojos por estos textos y ¡Espero que os guste!

PD. El título de este blog es claramente una referencia a "Rimas y Leyendas" de Gustavo Adolfo Bécquer, sin duda la lectura de su obra marcó un antes y un después para mí.