Se
despertó de repente empapado en sudor frío y con el pulso acelerado. Podía
notar como su corazón latía deprisa y con fuerza mientras las gotas de sudor le
recorrían la frente y se deslizaban por su nariz y una mejilla. Apartó las sábanas y se dirigió al
cuarto de baño, donde tomó un poco de agua con las manos para llevarla hasta su
cara. Repitió el proceso varias veces, hasta que lo consideró suficiente, cogió
entonces la toalla y se secó la cara, que se reflejó en el espejo cuando bajó
la toalla: tenía la misma expresión amarga y fatigada de las últimas semanas,
bajo los ojos unas pronunciadas ojeras de tono amoratado. El espejo no
reflejaba solo la expresión de su cara, su interior también estaba reflejado en
aquel cristal. Él lo sabía. Huyendo del espejo salió del cuarto de baño, se
dirigió al modesto salón del piso y encendió la televisión en un intento de
mantener la mente ocupada. Se dejó caer pesadamente en el sillón sosteniendo el
mando a distancia con la mano, pulsaba una y otra vez los botones mientras la
pobre, y totalmente desprovista de interés y sentido, programación de las tres
y media de la mañana pasaba brevemente ante sus ojos. Desistió, el vacío y la
soledad que llenaban la vivienda le abrumaban, aunque, lenta y fríamente, ambas
sensaciones estaban consiguiendo hacérsele habituales. En el mismo momento en
que esos pensamientos le abordaron decidió salir a caminar.
Entró
en la habitación, observó la amplia cama de matrimonio de la que hacía apenas
cinco minutos se había levantado. Cerró los ojos y suspiró amargamente antes de
girar la cabeza y encaminarse al armario a por algo de ropa. La puerta emitió
un pequeño chirrido cuando la abrió, un rápido vistazo bastó para elegir unos
vaqueros y una camiseta a rayas. La puerta volvió a chirriar al cerrarse, se
vistió evitando mirar su reflejo, delante de él y, una vez estuvo vestido se
dirigió al recibidor. Allí se calzó unas deportivas y sacó las llaves de la
cerradura para llevarlas consigo. Alargó el brazo para coger su móvil pero
cuando estaba a apenas un centímetro paró, su mirada fija, “No sonará” pensó con amarga tristeza, como no lo había hecho en todo este tiempo. Salió
haciendo el menor ruido posible. Cerró la puerta tras de sí, sólo se oía el
tintineo de las llaves y sus pasos mientras bajaba las escaleras notando como
el aire se volvía más fresco mientras descendía por ellas hasta llegar al bajo,
que tenía el clima agradable del exterior. El zumbido del interruptor para
abrir la puerta del bloque de pisos resonó en toda la planta baja, por lo que
lo pulsó brevemente. Abrió la pesada puerta del bloque y al salir a la calle la
sostuvo con la espalda hasta que el cierre encajó, sonando así solo un leve
“clic”.
Comenzó a caminar rumbo al final de su calle para entrar en la avenida;
la climatología era ideal, soplaba una brisa que brindaba una caricia que se agradecía
de muy buen grado, pues los días eran calurosos hasta bien entrada la noche.
Cruzó la esquina encarrilándose avenida arriba, una sombra más de tantas que
cobraba aspecto humano bajo el ambarino reflejo de la luz de las farolas,
impasibles espectadores callejeros. Su caminar era constante, exento de prisa,
sin rumbo. Notó en su bolsillo un paquete de tabaco y un mechero, tomó entonces
un cigarro y lo posó en sus labios, donde lo prendió con el encendedor. El
sabor del cigarro le inundó el pecho. No le gustaba, pero sentía un efímero
alivio mientras le duraba aquel pequeño cilindro. El cigarro le acompañó a lo
largo de la avenida, desierta, apenas cruzaron un par de coches fugazmente,
dejaba una estela de humo que no solo representaba la combustión del tabaco, le
gustaba pensar que con el humo también viajaban los pensamientos y sentimientos
que no se quieren, aquellos que al venir a nosotros se clavan y duelen, que
abren las peores heridas que existen. Sabía de sobra que no era así, pero aquel
momento de ficticio alivio le confortaba y estaba lejos de dañarle, al menos
moralmente. Su pensamiento estaba ausente, su mente en blanco. Llegó al final
de la avenida, tiró la colilla del cigarro y la pisó para apagarla del todo.
Había dos rutas posibles, pero una de ellas llamaba su atención sin saber por
qué, como si algo en su interior le llevase a tomar ese camino. Se dejó llevar
por esa extraña e inexplicable indicación. El camino que había decidido tomar
no era más que una pequeña zona empedrada, un paseo tras un bloque de pisos
tras el cual solo había un par de zonas de hierbajos separadas la una de la
otra por un tramo de carretera de un solo sentido. Reanudó la marcha. Cruzó la
carretera que conectaba con otra que enlazaba con la avenida y encaminó
sus pasos hacia el paseo empedrado pasando por el lateral del alto edificio.
Anduvo por el empedrado algunos metros y descendió por una rampa de cemento que
salía de uno de los lados del camino y desembocaba en un paso de peatones
elevado; lo cruzó sin apenas mirar antes, todo estaba desierto, ni coches, ni
personas, algo bastante extraño en una noche tan agradable, “es martes”, pensó,
“la gente no suele trasnochar un martes”. Su boca esbozó una sonrisa amarga,
“yo tampoco solía hacerlo”, acompañando a la sonrisa apareció una lágrima en
sus ojos, y recuerdos en su mente. Aquello era insoportable, estos meses habían
sido un infierno.
Decidió sentarse en un bordillo y encender otro cigarro pero
al apoyar los glúteos oyó crujir algo en el bolsillo trasero del vaquero; se
levantó ligeramente y sacó de su bolsillo un bote de pastillas, antidepresivos,
el médico aseguró que le ayudarían pero no le habían servido para nada, se
arrastraba por la casa día a día, sin comer, apenas dormía… Ella lo era
todo…todo y la había perdido, ni siquiera pudo decirle adiós, ni pedir
perdón…Las lágrimas invadieron su rostro y al llevarse las manos a éste observó
el bote de pastillas; un segundo, un minuto, una hora, un instante y una
eternidad a la vez. Lo abrió y vació todo su contenido en su boca, con esfuerzo
y algo de dolor los músculos consiguieron que pasara al interior de su
organismo. Aguantó varias arcadas y empezó a sentirse débil…muy débil…sus ojos
se cerraron y cayó de lado con todo su peso sobre el banco mientras su móvil
sonaba con el aviso de mensajes en aquella mesilla:
“Tnemos q hablar, te echo mucho de mnos…”